viernes, 30 de mayo de 2014

Capítulo 5.- El callejón Diagon

La mañana había llegado, o al menos eso creían, ya que con el tiempo detenido era difícil diferenciarlo, pero sin embargo una fuerte luz entraba por las ventanas y marcaba el momento de despertar. En una curiosa habitación de aquel majestuoso castillo un azabache habría los ojos después de  pasar una maravillosa noche con la única mujer a la que amaba, en esa ocasión solo durmieron abrazados, pero había ocasiones en que el hombre dudo que eso fuera siquiera posible.
Se incorporó en la cama pensando que todo había sido solo un magnifico sueño, que simplemente había imaginado que fue arrastrado para leer libros de su futuro hijo y que ese día tendría dos aburridas horas de historia de la magia, pero un extraño ruido lo alerto, al buscar el origen de aquel ruido vio a su amada pelirroja sentada frente a un espejo cepillado su lacio cabello, rápidamente inspecciono el lugar pero el simple hecho tenerla frente a él era una señal de que no había sido un sueño, su pecho llenó de alegría y levantándose e la cama fue a saludar a su novia.
-Buenos días rojita- la saludo besándola en la cabeza.
-Buenos días James- respondió ella- tienes el sueño muy pesado, por más que quise no logre despertaste.
-Si bueno, que te puedo decir- se encogió de hombros.
La chica continuo cepillando su cabello y en un momento el azabache noto el pergamino que estaba frente a su mesa, estiro la mano para cogerlo y el hecho de que Lily no hiciera nada para impedirlo era una señal de que lo podía leer, lo extendió y pudo ver la estilizada caligrafía de su novia en varias notas que decían “alimentar bien Harry” “hacer que James le enseñe a robar comida” regañarlo por lo ocurrido en el viaje al zoológico” “enseñarle a no ser tan curiosos” y varias cosas similares.
-¿Esto es lo anotabas ayer?- pregunto curioso.
-Sí, son cosas que quiero hacer cuando tengamos a Harry- explico la joven.
-“Enseñarle a robar comida”- leyó curioso.
-En el caso de que en algún momento lo necesite o tenga que estar con esos animales- lo justifico.
-Si está bien, pero esos regaños que tienes anotados- continuo revisado el pergamino- Lily cuando lo tengamos aun no habrá hecho nada- lo trato de defender.
-Pero en algún futuro lo hizo, y si lo vemos quiero recordar reprenderlo por eso.
-¿Si lo vemos?
-Recuerda que dijeron que traerían a personas del futuro y bueno, tal vez entre ellos este Harry- bajo la vista cuando dijo eso- o al menos eso espero.
-Te entiendo Lily, pero si los traen desde el futuro podría llegar aquí teniendo nuestra edad, o incluso a alguien mayor y con hijos, si es el caso no puedes tratarlo como a un bebe- exclamo aparentemente sin recordar el año de que serían traídos.
-¡Tú qué sabes James Charlus Potter!- hablo con vos desafiante- aunque trajeran al Harry de 90 años seguirá siendo mi bebe- termino con voz maternal
El peli negro negó divertido con la cabeza y dejo el pergamino en su lugar, esa joven era tan parecida a su querida madre, cuantas veces le habrá dicho las mimas palabras que acababa de usar.
Después de un rato la pareja salió de la sala de menesteres y entro al gran comedor, al parecer eran los únicos que faltaban pues en cuanto salieron la puerta detrás de ellos desapareció, avanzaron hacia los asiento que habían ocupado el día anterior y se sentaron frente a Sirius que tenía la boca llena de comida y de Remus que estaba hablando muy animadamente con Dora que en esa ocasión se sentó junto él y se dispusieron a disfrutar de su desayuno.
-Valla, hasta que por fin llegan- ironizo Black cuando trago lo que tenía- se supone que Harry nacerá en unos años, pero ya comenzaron a practicar no- la pareja se sonrojo al escucha eso.
-Cállate perro sarnoso- le increpo James
-Lunático, cornamenta me llamo perro sarnoso- le dijo a su amigo pero el aludido no le hizo caso- ¡¡hey Remus!!
-Si ya lo oí canuto y estoy de acuerdo con él- afirmo molesto
-Ustedes sí que son crueles- comenzó su teatro- tratando tan mal a su magnífico colega, además que se supone que el código dice “amigos antes que mujeres”- realizo algunos ademanes exagerados con las manos haciendo que algunos rieran- y miren James me dejo por la pelirroja y Remus me ignora por estar coqueteando con mi sobrina- termino su drama fingiendo que lloraba.
-En primera canuto no te ignoro por accidente sino por gusto- eso hizo reír a muchos- en segunda, estoy hablando con Nymphadora acerca de su educación mágica, algo que a ustedes nunca les ha parecido importar- sus amigos rodaron los ojos- y en tercera cuantas veces nos castigaron a James y a mí porque nos abandonabas en medio de una broma por irte a revolcar con alguien.
La gran mayoría de los alumnos exclamaron un "uuuuy" cuando el castaño termino de hablar, el oji gris simplemente tosió “disimuladamente” para desviarse del tema principal y comenzar otro.
-Bueno y esta vez quien leerá- desvió la atención el animago.
-Permítanme- dijo Gideon tomando el libro- muy bien, vamos al capítulo 5, se llama el callejón Diagon.
-¡Excelente!- exclamaron muchos.
-Esperemos que ahora las cosas mejoren- dijo esperanzada Lily.
Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.
«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante llamado Hagrid vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena.»
-Ahí está cornamenta- comentó Sirius -siempre tan pesimista.
-Hey, que yo no soy así- trato de defenece.
-Claro que si- dieron al mismo tiempo sus amigos y su novia- de hecho a mí siempre me ha sorprendido eso de ti- continuo la joven.
-¿Qué cosa?
-Que a pesar de que tu baja autoestima siempre esta alta, seas tan pesimista- aclaro Remus.
James se le quedo viendo de una forma extraña, parecía que no había entendido bien lo que había dicho, pero para no meterse en problemas simplemente guardo silencio y le pidió a gemelo Prewett que continuara leyendo.
Se produjo un súbito golpeteo.
«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...
-Hay mi cielo, eso no fue un sueño- dijo con ternura su madre.
James vio con ternura a su novia y no pudo evitar pensar que algo parecido le acababa de pasar a él cuando despertó esa mañana.
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.
Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido en el sofá y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.
-Solo está buscando el dinero por el periódico- comentó alguien de Hufflepuff.
-Y tú crees que él lo sabe, hasta hace un par de horas se enteró que existía la magia- dijo con un poco de molestia la metamorfomaga.
Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.
— ¡Hagrid! —Dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...
—Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.
— ¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los bolsillos.
-Huy, eso le tomara como una hora- comento Fabián.
-Esos bolsillos son útiles siempre y cuando sepas donde se encuentra todo- lo apoyo Gideon.
-Lo siento, es que yo ya estoy acostumbrado- se disculpó el gigante.
El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos de té... Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.
—Dale cinco knuts —dijo soñoliento Hagrid.
— ¿Knuts?
-Son las pequeñas de bronce- explico Lily.
-Esa son buenas pero yo prefiero las sickles de plata- exclamo Sirius- son las que más usamos cuando vamos a Zonco.
Tanto los merodeadores como los hermanos Prewett sonrieron en complicidad, esa era su tienda favorita de cualquier otra, excepto tal vez la tienda de artículos para quidditch.
—Esas pequeñas de bronce.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Harry pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.
—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.
Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse.
-Igual a James- corearon muchos haciendo que el hombre se molestara.
—Mm... ¿Hagrid?
— ¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia.
-Pero que rayos está diciendo- exclamo James indignado- los Potter son una muy importante familia, y a él le corresponde todo lo que nos ha pertenecido, sin duda tiene treinta veces lo que vale la casa de ese cerdo de su tío en una sola cámara de Gringotts.
-Todos lo sabemos James- le hablo su novia- pero te recuerdo lo que dijo Nymphadora hace…
-Hay por favor- exclamo la aludida interrumpiéndola- no me gusta que me llamen así, solo díganme Tonks.
-Pero hace un momento Remus te dijo Nymphadora y tú no le reclamante- observo Andrómeda, en su momento le pareció un hecho sin sentido, pero ahora.
-Bueno este…- ahora que lo decía Remus si había usado su nombre, pero por alguna razón ni siquiera le importo- bueno eso es otra cosa, y por favor llámenme Tonks- desvió el tema la joven pero solo por el momento.
-Bueno, como había dicho Tonks, mi niño apenas se enteró de que es un mago, no sabe nada de su mundo, de su familia, o de que le dejamos algo- término con cierta tristeza.
-Sí creo que tienes razón-aceptó sentándose a su lado abrazándola por los hombros.
—No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y golpeándose la cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida...
— ¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera parada para nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha, frías no están mal, y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.
— ¿Los magos tienen bancos?
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.
-¡Hey! no desperdicien la comida- exclamó el animago.
— ¿Gnomos?
—Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos,
Harry. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosas de Gringotts... él sabe que puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.
Un asunto importante de Hogwarts, algo les decía que lo que lo que comento Dumbledore la noche anterior era cierto, tendrían que prestar atención a esos pequeños detalles que aparezcan conforme sigan leyendo.
Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía estaba allí, con el fondo lleno de agua después de la tormenta.
— ¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor, buscando otro bote.
—Volando —dijo Hagrid.
— ¿Volando?
—Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia, ahora que ya te encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de imaginárselo volando.
—Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid, dirigiendo a Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts?
-No le molestara- hablo Ted- de hecho estará más que feliz que lo haga, recuerdo que hubiera dado lo que fuera por ver que lo hicieran- comento recordando cuando le entregaron su carta.
-Sí, pero aun así no debería de hacerlo- comentaron algunos profesores.
—Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia. (Ted sonrió con suficiencia) Hagrid sacó otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.
— ¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? —preguntó Harry.
—Hechizos... encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su periódico mientras hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad. Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar algo.
-Es por eso que está en la lista de las cinco cosas que nunca deben hacer- comento Lily que conocía la lista.
Harry permaneció sentado pensando en aquello, mientras Hagrid leía su periódico, El Profeta. Harry había aprendido de su tío Vernon que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida.
-Yo no soy como esas bestias- exclamo el hombretón- yo le habría respondido todas las pregunta que tuviera y que pudiera responder con gusto.
-Lo sabeos Hagrid, pero el aun no te conoce como nosotros- razono Lupin.
-Pero eso pronto cambiara- agregó canuto.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre           —murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.
— ¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder contenerse.
—Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera el ministro, claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía lechuzas a Dumbledore cada mañana, pidiendo consejos.
-Fudge, el término como ministro de magia- dijo incrédulo Alastor- como ha decaído la comunidad mágica para ponerlo a él a cargo.
Muy a su pesar muchos asintieron ante lo dicho.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.
-Entre muchas otras razones- comento Dumbledore con una sonrisa afable.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Hagrid dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle.
Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo era el doble de alto que cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:
— ¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?
-Lo mismo digo Hagrid- apoyo Arthur- me gustaría saber cómo funcionan tantas cosas que hacen.
-Arthur, no es momento para tus cosas.
-¡¿No?! ¿Entonces cuando hermanita?- pregunto Gideon
-Sí, desde que se casaron has estado reprimiendo a nuestro pobre cuñado con lo mismo- lo apoyo Fabián.
Molly bajo la vista un poco avergonzada, era cierto que muchas veces le reclama de su hobie, pero también era cierto que era una de las cosas que le gusto de él, tal vez debería ser un poco más flexible con su esposo.
—Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para seguirlo—, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un dragón.
— ¿Te gustaría tener uno?
—Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.
-¿Aun continua con esos gustos?- pregunto McGonagall a su yo del futuro.
-Lamentablemente si- respondió la mujer.
-Pero eso no es malo, siempre y cuando nadie salga herido- comento James viendo como la profesora ponía un gesto difícil de descifrar- ¿nadie ha salido herido verdad?- pregunto un poco preocupado por la reacción de la mujer.
-No- respondió de inmediato- pero si ha habido algunos problemas- les confeso haciendo el Rubeus bajara la cabeza apenado.
Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Harry para que comprara los billetes.
La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos asientos y comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo canario.
— ¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba los puntos.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.
—Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
—   Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
—   Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
—   Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
—   Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
 (Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
—   El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
—   Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
—   Teoría mágica, Adalbert Waffling.
—   Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
—   Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
—   Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
—   Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
—   Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRI¬MER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
-Una regla cruel e infundada- corearon James Sirius y los hermanos Prewett ante una sonriente profesora McGonagall del futuro, se preguntaban cómo reaccionarían cuando descubrieran que paso con Harry en su primer año.
— ¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.
Harry no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria. Se quedó atascado en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.
—No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —
-Yo opino los mismo Hagrid- aseguro Arthur con una sonrisa.
Comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle llena de tiendas.
Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre. Lo único que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él.
-Si es tan flacucho como lo era cornamenta a su edad, entonces tenía mucho espacio jajá- se burló Sirius haciendo que todos (excepto sus admiradoras) rieran.
-Gracias canuto, que bueno es tenerte como amigo- ironizo el aludido.
-De nada hermano.
Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley?
-Si claro, como si esas bestias tuvieran sentido del humor- comento con molestia Lily.
Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado.
La joven sonrió ante eso.
Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Hagrid era increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.
—Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera señalado, Harry no lo habría visto.
-Es parte de la magia del lugar, en parte por los hechizos que tiene y en parte por su aspecto, el lugar está ideado para que solo aquellos que lo conocen puedan encontrarlo- comento Dumbledore para sorpresa de todos.
La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de que sólo él y Hagrid lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron.
-El lugar no ha cambiado nada- comento Remus.
-Es como si el tiempo  no lo tocara- continuo Ted que recordaba su primera visita.
-Saben, hasta cierto punto me recuerda la cabeza de cerdo en Hogsmeade- dijo Sirius provocando un bufido en cierta pelirroja.
-Ustedes y sus manías de estar donde no deben- increpo la joven- espero que Harry no haya heredado eso de ustedes.
La profesora McGonagall del futuro la vio en forma compasiva, si ese grupo que se hacían llamar lo merodeadores, la exasperaban con solo ir a la cabeza de cerdo, no se quería imaginar cómo se pondría cuando descubriera todo lo que su hijo y sus amigos hicieron durante esos siete largos años.
Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
— ¿Lo de siempre, Hagrid?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las rodillas.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede ser...?
-Solo con eso lo reconocieron- se impresionaron los merodeadores.
-Sí, la profesora McGonagall tenía razón- les hablo Ted Tonks- en nuestro tiempo él es muy famoso y todos conocemos su nombre, la mayoría lo recose por su similitud con ustedes.
-Yo siempre me pregunte porque no salía en unos de los cromos de ranas de chocolate que comía- comento Dora- y al parecer era porque en esos días estaba apartado de todo el mundo y ni siquiera estaban seguros de como lucia.
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.
-Petulante como su padre- increpo Snape quien hasta el momento se había mantenido al margen de todo.
-Tu cierra la boca quejicus que nadie te hablo- le rebatió James.
El joven estaba punto de responder pero una mirada fulmínate de Lily lo hizo callar de inmediato.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba radiante.
-Guau sí que son diferentes- hablo Remus- de ser cornamenta se habría subido a una mesa y habría hecho una reverencia.
-¡¡Hey!!- reclamo el hombre.
-Sabes que es cierto amor, cuantas veces no lo hiciste en la sala común- le recordó su novia a lo que solo pudo guardar silencio.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.
— ¡Yo lo he visto antes! —Dijo Harry, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó una vez en una tienda.
— ¡Me recuerda! —Gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿Habéis oído eso? ¡Se acuerda de mí!
-Ese Dedalus siempre nos agradó cierto Gideon.
-Muy cierto Fabián.
-Solo con eso se emociona, debe ser muy importante
-Seria interesarte saber cómo es ahora- dijeron un par de chicas de Gryffindor.
Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.
Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.
— ¡Profesor Quirrell! —Dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell te dará clases en Hogwarts.
—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.
-Eso es un profesor- increpo Remus- ni siquiera es capaz de ligar dos palabras.
Todos en el gran comedor estuvieron de acuerdo con él, excepto la profesora McGonagall del futuro quien conocía su verdadera identidad.
— ¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter?   —Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención.
Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.
Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se lo llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
-Esa Doris-comenzó Sirius- es una mujer muy ensimosa, no se puede conseguir una vida la muy…
-¡Oye!- reclamo una chica de Hufflepuff  interrumpiendo al oji gris
- ¿Doris Crockford?- pregunto y la chica asintió- lo siento
Hagrid miró sonriente a Harry
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor Quirrell temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.
— ¿Está siempre tan nervioso?
—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos, paraguas?
-No creo que sea por eso, hay algo en ese tipo que no agrada- comento Lily ante la mirada impresionada de su profesora del futuro, esa chica tenía un gran instinto, algo que sin duda le salvo la vida a su hijo en más de una ocasión.
¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino. Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.
—Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry
Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.
El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.
-Nunca se olvida la primera vez que se entra al callejón- dijo Remus.
-Siempre es algo impresiónate- continuo James.
-En especial si eres un nacido de muggle, de no saber nada de la magia y después verla en todo su esplendor, es una experiencia maravillosa.
Todos los hijos de muggles estuvieron de acuerdo con lo que decía el hombre, tal vez olvidaran muchas cosas, pero no la primera vez que pusieron un pie en el callejón Diagon.
Sonrió ante el asombro de Harry Entraron en el pasaje. Harry miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: «Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...».
Lily sonreía divertida recordando que ella hacia lo mismo la primera vez que fue, tratando de ver todas las tiendas y escuchando los murmullos de la gente de cosas que en ese momento no comprendía, sin poder evitarlo su sonrisa menguo un poco al recordar que esa vez estuvo caminado con sus padres y que ahora ella no podía hacer lo mismo con su hijo.
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía: «El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco». Varios chicos de la edad de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas. «Mirad —oyó Harry que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.»
-¡Yo quiero una!- gritaron James y Sirius emocionados.
-Quidditch – dijo en forma despectiva la pelirroja por ese “fanatismo insano” a dicho deporte como ella le decía
Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca habían visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...
—Gringotts —dijo Hagrid.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había...
—Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Harry. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.
Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.
-Impresionante- comento Sirius. - Tétrico, pero impresiónate.
—Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo Hagrid.
Todos asentaron con las palabras del semi gigante, todos excepto McGonagall que conocía a tres jóvenes los suficientemente locos para intentar algo como eso y además, salir “victoriosos”.
Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.
— ¿Tiene su llave, señor?
—La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus bolsillos sobre el mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el libro de cuentas del gnomo.
-Eso de seguro le fascinara- comentó un chico de Ravenclaw que tenía pensado trabajar para dicho banco y concia como eran los gnomos..
Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a la derecha, que pesaba unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.
—Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña llave dorada.
El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden.
—Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid, dándose importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece.
-No creo que sea correcto usar ese tono frente al joven Potter- razono la profesora McGonagall de su tiempo- si es como sus padres de seguro querrá saber más del asunto.
-Lo siento profesora- se disculpó el hombretón.
El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
Griphook era otro gnomo. Cuando Hagrid guardó todas las galletas de perro en sus bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.
— ¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Harry.
-Por Merlín. Exclamo la profesora.
-Ya tranquilice- le pidió James- la curiosidad no es mala.
-Cuantas veces terminaron en mi despacho por su “curiosidad”- rebatió ella- la mitad de problemas en que se metían era por su curiosidad, deberían de aprender de su novia joven Potter.
El chico le envió una sonrisa amable a la joven mientras esta bajaba la cabeza un poco avergonzada. Pero su vergüenza no tenía que ver con su profesora favorita la alabara, sino porque no era la santa Lily Evans que todos conocían, ella misma se había saltado algún par de normas del colegio pero era la  diferencia con su novio y sus amigos estaba en que ella era más cuidadosa y discreta al hacer las cosas para que no la atraparan. Eso era un secreto que solo su mejor amiga Alice conocía.
—No te lo puedo decir —dijo misteriosamente Hagrid—. Es algo muy secreto. Un asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.
-Y eso solo lo ara peor Hagrid- acepto el azabache.
Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más mármoles, se sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron  y se pusieron en marcha.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía.
-Amo esos carritos, en ocasiones solo voy a visitar Gringotts para subirme.
-Por favor dime que es broma- exclamo la pelirroja.
-No, no lo es cielo- le aseguró su novio.
-En ocasiones va al banco, llega a su cama, recoge un simpe Knuts de bronce y se regresa- les relato Remus- los gnomos detestan cuando hace eso, pero es su trabajo.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.
—Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas preguntas ahora, creo que voy a marearme.
Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse contra la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.
Tan malos son- indago Ted que nunca se había subido a uno de esos.
-Son terribles- acepto Lily recordando su experiencia y sorprendiendo a varios.
-¿Tu cuando te has subido a esos carros?- pregunto James.
-Una vez que fui al callejón coincidí con tu padre en el banco- le respondió al azabache que puso los ojos como platos- al perecer me reconoció por una de las muchas fotografías que me has tomado en secreto- dijo con un pequeño tono de reproche al tiempo que él enrojecía de vergüenza- bueno esa ves me invito a ver su cámara y por curiosidad acepte, debo decir que hubiera sido una gran experiencia de no ser por esos carros endemoniados.
-¿Pero cuando fue eso?- quiso saber el hombre.
-Apuesto que fue la vez que mamá Dorea te castigo por todo un mes antes de entrar al colegio- fue Sirius quien hablo.
-Puede ser, porque cuando salimos del banco nos encontramos con tu madre- confeso la joven- era una mujer muy amable y se disculpó bastante por el terco y mal educado hijo que tenía- todos los hombres rieron ante la vergüenza del hombre- y bueno no pude evitar contarle acerca de las cosas que hacías y se molestó un poquito.
-Un poquito- ironizo Fabián en medio de un risa- cuando una pelirroja se enoja un poquito significa el apocalipsis.
-¡¡Fabián!!- le reclamo Molly
- ¡Lo ven!
-¡¡Gideon!!
Después de un rato de unas incontrolables risas se pudieron calmar lo suficiente para continuar la lectura.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.
-Al menos de algo servirán esos fierros inútiles- comentó james un poco animado.
Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Harry? Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía.
-Esos malditos hijos de…- le taparon la boca a Lily para que no diera algo de lo que pudiera arrepentirse, aunque ellos también estaban molestos.
-Lo que costaba mantenerlo, como pueden ser tan hipócritas esos mal nacidos- continuo Alice molesta
-Juro petunia que esto no se quedara así- juro la pelirroja que se había quitado las manos de la boca,
Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?
—Una sola velocidad —contestó Griphook.
Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez más frío, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.
-Esa maldita curiosidad de los Potter- increpo McGonagall.
-Pero tampoco hay que quitarle méritos a la curiosidad de la señorita Evans- agrego Slughorn
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.
— ¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? —quiso saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.
Muchos sintieron escalofríos por el tipo y la forma en que el gnomo respondió la pregunta, sin duda eran unas criaturas muy siniestras.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver por lo menos joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino; será mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
-Nunca me han gustado esos malditos carros, si me subí solo fue por Harry y Dumbledore- contó el hombretón ganándose unas miradas agradecidas del director y de los padres del muchacho.
Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia «Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.
— ¿Hogwarts, guapo? — (James sonrió de que le dijeran guapo a su hijo) dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
-Repentinamente me acorde del cerdo de su primo- comento Dora a lo que todos asintieron.
-A mí me recuerda a otras personas- dijo Sirius volteado a ver a Malfoy.
Harry recordaba a Dudley
— ¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
— ¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el quidditch.
-Es inaudito que siendo mi hijo no conozca tan maravilloso deporte, es algo tan maravilloso que hace que la adrenalina se dispare por las venas y deja el cuerpo…
-Cubierto de moretones, rasguños y hasta con más de un hueso roto- termino Lily en su lugar desaprobando nuevamente ese fanatismo de su novio.
-Vamos cariño pero si es un gran juego.
-No dudo que lo sea, pero ustedes- señalo a Sirius y a James- exageran al punto de la demencia.
El par de amigos se sintió ofendido (al igual que muchos otros que eran como ellos) y se sentaron en silencio aplicándole la ley del hielo a la joven que ni siquiera se inmuto. 
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a estar?
—No —dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.
-Pero yo sí, ira a Gryffindor-exclamo James muy seguro.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no te parece?
-Hey, no tiene nada de malo esa casa- increparon Ted, Nymphadora y casi todos los que estaban en dicha casa,
—Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.
— ¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando hacia la vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y señalando dos grandes helados, para que viera por qué no entraba.
—Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no sabía—. Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie de sirviente, ¿no?
-Ese maldito mocoso, que clase de educación ha tenido- dijo molesta Andrómeda.
-Creo que pronto lo sabremos prima- respondió Sirius sin quitarle la vista a Narcisa y a Lucius.
—Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel chico.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata de hacer magia y termina prendiendo fuego a su cama.
Los amigos del hombre gruñeron de enojo.
—Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.
— ¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?
—Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con él.
-Y no tienes que hacerlo cachorro.
-¿Cachorro canuto?, no sería mejor decirle cervatillo- indago por lo bajo James.
-Luego lo discutimos- le respondió
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra clase, ¿no?
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu apellido?
-De seguro sería una sorpresa para ese maldito chiquillo- comento con enojo Alastor, esa actitud era justo la que tenían muchos mortifagos y por eso la odiaba.
Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, guapo.
Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.
-Lamentablemente- ironizaron muchos.
Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).
— ¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.
—Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Harry se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Hagrid, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes... ¡No saber qué es el quidditch!
-Pero eso cambiara, yo me encargare de enseñarle todo lo que necesite saber- exclamo James con una osnrisa.
--Incluso sabrá cosas que ni siquiera necesite- exclamo la pelirroja.
-Hey toda la información es importante.
-De que sirve saber de qué madera era la escoba de no sé qué jugador en no sé qué partido en sabrá Merlín que parte del mundo- rebatió la mujer.
-De mucho, el tipo de madrera convidada con el jugador y las condiciones climáticas del lugar…
-Podríamos continuar con la lectura- interrumpió McGonagall con un poco de molestia, aunque ella era una gran fanática del quidditch  y siempre buscaba talento nuevo para el equipo de su casa, le parecía exagerado todo lo que decía el joven Potter.
—No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del chico pálido de la tienda de Madame Malkin.
—... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir...
—Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres... Él ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre! ¡Y mira la hermana que tuvo!
-Perdón por eso Lily- se disculpó el hombre.
-Porque te disculparía cundo dices las cosas como son- le regalo una dulce sonrisa para demostrarle que no había problema
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil explicarte las reglas.
-No es cierto, solo basta que tenga en cuenta que…
-James/ Potter- reclamaron su novia y McGonagall al mismo tiempo, ese hombre se podría pasar horas hablando de quidditch.
— ¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son todos inútiles, pero...
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.
Todos los del salón negaron con la cabeza, para cualquiera de ellos era casi obvio que el chico terminaría en la misma casa que sus padres.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—. Las brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin. Quien-tú-sabes fue uno.
—¿Vol... Perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Hace muchos años —respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
-Un libro es bueno pero nosotros somos mejores cierto- hablo Remus dirigiéndose a sus amigos que asintieron en conformidad.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.
Fabián relato como fueron visitando las tiendas comprando lo que el chico necesitaría e impidiéndole compara cosas innecesarias, como por ejemplo el caladero de oro.
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry
—Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños.
-La varita es lo que todos deseamos con ansias- comentó Remus- sean hijos de magos o de muggles todos esperamos con hacías empuñar nuestra primera varita- Todo el comedor sin excepción estaba de acuerdo con las palabras del castaño.
-Muchas gracias Hagrid pero no tienes que…
-Sé que no tengo que hacerlo Lily, pero lo hago por gusto- la interrumpió Hagrid sabiendo que hablaba del regalo para Harry.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que...
-Tan parecido a ti querida- dijo James besando a la pelirroja que se sentía bien al escucha lo mucho que ese chico se parecía a ella.
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala. Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor Quirrell.
-Sin duda es tan amable como Lily- comento Alice- es una fortuna que no saliera a su padre.
-Hey- reclamo este.
-Tranquilo James, el heredo tú magnifica apariencia, qué más da que no tenga tu maldita egocentria- termino de forma dulce con una sonrisa inocente.
-Gracias Lily- dijo él hasta que recapacito en la segunda parte de la oración, entonces agrego un “oye” acompañado con una mirada molesta y todos comenzaron a reír. Después de ese pequeño interludio cómico continuaron con la lectura.
—Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los Dursley te hagan muchos regalos.
-Pero eso va a cambiar- aseguró Sirius- cuando sea su cumpleaños me asegurare que tenga tantos regalos que hasta podrá nadar en ellos.
Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor.
Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado esperando.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C.». En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita.
Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Hagrid se sentó a esperar. Harry se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta. Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.
-Otro lugar  que se quedó suspendido en el tiempo- comento Ted y todos asintieron.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla.
Absolutamente nada había cambado, cuántos de ellos no fueron recibidos en esa tienda de la misma forma que el joven Harry.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter. —No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
-Aun lo recuerda- se impresiono la joven.
El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones.
-Siempre describe las varitas de nuestros padres antes de darnos las nuestras- comento James divertido.
Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
-Y siempre sale con el mismo cuento- comentó exasperado canuto.
-Oh, no creo que Deva de subestimar el antiguo conocimiento de las varitas señor Black- hablo Dumbledore sosteniendo esa curiosa varita suya entre sus dedos.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban nariz contra nariz. Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.
—Y aquí es donde...
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su atención en Hagrid.
—¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Hagrid.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo expulsaron —dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.
—Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.
—Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de que sujetaba con fuerza su paraguas rosado.
-Yo creo que si los utiliza-comento Gideon recordando la cola de cerdo.
-Hemos tratado de hacer magia con el paraguas pero pocas veces resultan como son- hablo Sirius sin pensar.
-¡¡Quiere decir que ustedes le han enseñado como usarlo!!- preguntaron las profesoras McGonagall viendo a los merodeadores.
-Es culpa de lunático- dijo deprisa Sirius- él era el maestro
-Es que siempre hemos creído que lo de su expulsión es una injusticia profesora- comentó Remus en su defensa- no sabemos por qué fue, pero alguien como él no merecía ser expulsado, además siempre que no sean cosas muy complicadas se pueden hacer.
-¿Cómo ponerle cola de cerdo a un muggle?- la McGonagall de su época la vio con severidad.
-Bueno no, pero en mí defensa he de añadir, que ese hechizo se lo enseño cornamenta- le arrojo el problema a su amigo
-Ha claro, si cae uno caemos los tres no- ironizo con una sonrisa ya que era cierto, sin importar la situación siempre estaban juntos.
—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.
-¿Cual piensas que sea el núcleo de su varita?- pregunto Sirius.
-Probablemente de nervio de dragón- comentó Remus
-No estría mal, siempre y cuando no sea pelo de unicornio.
-Eso no tiene nada de malo Sirius- le reclamo Lily- pero para ser honesta yo creo que el núcleo será de una pluma de cola de fénix.
-Huy, esas son muy difíciles de controlar- comentó James.
-El chico sin duda lograra controlarla- aseguro Alastor ante la sorpresa de muchos, no era común que hablara así de bien de alguien.
De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Cógela y agítala.
-No me gusta- dijo Lily de inmediato
Harry cogió la varita y la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...
-Arce, no creo que reaccione- comentó Remus
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo él señor Ollivander se la quitó.
—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
-No nada de pelo de unicornio
-ha ya madura Sirius-le recrimino Lily.
-Nunca- dijo con gran seriedad
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
-Eso no me gusta- dijo Lily de inmediato.
-¿Por qué no?, si es de fénix como decías- curioseo James.
-Si pero las varitas de acebo a menudo escogen dueños que están metidos en alguna búsqueda peligrosa y a menudo espiritual.
-Y más que eso, el hecho que esa madrea tenga ese núcleo es poco usual- comento Alastor interesado- será muy interesante ver lo que ocurre.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes.
-¡¡Sí!! mini cornamenta tiene su varita- alabo Sirius y todos sus amigos corearon. Todos excepto Lily que aún no le terminaba de gustar esa combinación, sin duda sería una varita fuerte, pero el riesgo podría ser muy alto.
Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...
-¿Qué es lo curioso?- pregunto James un poco desesperado.
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando: «Curioso... muy curioso».
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
James sonrió ante la similitud de palabras.
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
-¿Que, qué?- gritaron muchos.
-La otra, era de, Voldemort- dijo Lily con el alma en un hilo
-No, no puede ser, ¿pero por qué?
La duda y las preguntas inundaron el salón, Dumbledore escuchaba eso sin poderlo creer aun, así que ese par de varitas que tenían las plumas de Fawkes habían escogido a aquellos que serían destinados a ser rivales, al parecer el destino de ese tierno niño estaba más ligado al de Voldemort de lo que creían en un principio.
Harry tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.
Absolutamente a nadie le gusto ese comentario.
Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le gustara mucho. Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.
Gideon leyó ante todos como salían del callejón Diagon y como Harry fue caminado sumido en ss pensamientos hasta la estación de Paddington.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo Hagrid.
Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas sillas de plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry no estaba seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.
-Gracias Hagrid- dijo Lily con una lágrima en su ojo- al menos en ese momento estas ahí con él.
-No es nada pequeña- así le decía- suceda lo que suceda, siempre estaré ahí por si me necesita.
Sin dudarlo la joven se levantó de su asiento y fue a abrazar a su amigo mientras James le enviaba una mirada de gratitud. Era curioso el hecho de que todo el amor que recibía el chico, viniera de personas ajenas a él que de su propia familia como se supone que debería de ser.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente del Caldero Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo recordar por qué soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y las espesas cejas había una sonrisa muy bondadosa.
—No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú mismo. Sé que es difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.
-Hogwarts es un hogar para todos aquellos cuyo primer hogar resulta ser un infierno- comentó Snape por experiencia.
-Es cierto, muchos encontramos nuestra verdadera familia hasta que pisamos este castillo- secundo para sorpresa de todos Sirius.
Después de un corto instante los aludidos se dieron cuenda del corto momento en que sus ideas se entrelazaron, después pusieron muecas de asco y se vieron con rencor el uno al otro. Los dos hombres tenían muchas, muchas cosas en común, pero el odio por sus diferencias pesaba mucho más.
Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa de los Dursley y luego le entregó un sobre.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.
El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Hagrid ya no estaba.
-Aquí termina- informo Gideon -mi querido gigantón creo que olvídate algo importante.
-Si, como por ejemplo como entrar a la estación.- continúo Fabián.
-Yo, lo siento- se desculo el hombre
-Pero bueno entonces leamos el siguiente capítulo para ver qué sucede- lo apuro James pero Lily lo detuvo.
-Espera cariño- este la vio extrañado- profesora ¿qué significa eso?- le pregunto a la McGonagall del futuro cuando noto que la puerta de la sala de menesteres apareció de la nada.
-Eso quiere decir que es hora de que me despida- les confeso a todos y la vieron sin entender- yo no vine a leer todos los libros con ustedes, mi deber era permanecer aquí hasta que los chicos que serían traído desde el futuro llegaran y poder infórmales de la situación en la que estamos involucrados- les explico a todos- y tal parece que están por llegar- concluyo levantándose de su asiento para ir a la habitación.

Lily se sujetó al brazo de James completamente expectante, viendo como la profesora y el director atravesaban aquella puerta, en verdad esperaba y deseaba que su hijo fuera una de las personas que saliera por esa misma puerta, en ese momento solo podía hacer una cosa, esperar.