Todo el mundo se sintió más a gusto cuando
terminaron de comer, después de todo, en su línea de tiempo debía ser casi la
hora de la cena. Frank se acomodó en la silla junto con su esposa y abrió el
libro en la página donde iniciaba el capítulo 3.
-Muy bien, el tirulo es, “las cartas de nadie”- leyó
fuerte y claro.
La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo
de su vida.
Los más cercanos a la pareja bufaron de molestia
junto con ellos, no entendían como eran capaces de castigarlo por algo que no podía
controlar.
Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado
las vacaciones de verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que
su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con
su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando
cruzaba Privet Drive con sus muletas.
-Ese maldito cerdo mal educado- increpo Andrómeda
molsta.
-Ese mocoso necesita un ajuste de actitud- comento
Gideon
-Como siempre yo te apoyo hermano- agrego Fabián
pidiendo el pergamino de las bromas.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había
forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers,
Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era
el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy
felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a Harry
-Ese maldito hijo de perra- comento Sirius a lo que
Remus lo vio extrañado por usar esa frase- ¿qué?, si lo digo yo, no está mal-
Sus amigos negaron con la cabeza por sus estupideces.
Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible
fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones,
cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría
secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su
primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting.
Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la escuela secundaria
Stonewall, de la zona.
-¿Pero cómo se puede alegrar de eso?, su lugar es
aquí en Hogwarts con los leones- increpo con sorpresa un azabache.
-James, recuerda que no sabe de nuestro mundo- le
recordó la pelirroja haciendo que su novio se sonrojara.
Dudley encontraba eso muy divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el
primer día —dijo a Harry—. ¿Quieres
venir arriba y ensayar?
—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han tenido
que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. —Luego salió
corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.
Los merodeadores reían orgulloso del ingenio de su
hijo, sobrino y… en ese momento a un amigo le llego una duda..
-Oigan, cornamenta pelirroja- ambos voltearon a
verlo- ¿si cumplirán con su promesa?- ellos no entendían de lo que hablaba- sí
recuerden, cuando se hicieron novios me dijeron si los dejaba de molestar seria
el padrino de su primer hijo.
-¡Ha eso!- recordó Lily con una sonrisa- bueno, el
puesto le quedaría mejor a Remus- le envió una sonrisa traviesa- pero está bien,
si puedes ser su padrino.
Tanto él como el azabache festejaron la decisión de
la joven, después de eso continuaron con la lectura, leyendo la parte en que iban
a Londres por el uniforme de Dudley y de la “visita” de Harry a la señora Figg
ese día.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su
uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones
de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones
con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían.
Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.
-Por dios que ocurrencias de esos muggle- comento
Minerva, varios estuvieron de acuerdo con ella.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo
con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia
estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño
Dudley, tan apuesto y crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le
iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
-No dudo que fuera difícil- comento para sorpresa de
todos Severus, y muy a su pesar los merodeadores estaba de acuerdo con él.
A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor
horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que
estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que
parecían trapos sucios flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios,
como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.
—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
Harry volvió a mirar en el recipiente.
—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.
—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo de gris
algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los
demás.
-A la albóndiga con patas le compran el uniforme en
Londres y a él de dejan esa porquería.
-Nymphadora que es ese lenguaje-le reprendió su
madre.
-Pero es cierto- reclamo con un puchero haciendo que
un castaño la viera con ternura.
Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no
discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en
su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba
puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del
olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico
y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el
felpudo.
—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su
periódico.
-Valla, hasta que va a hacer un poco de ejercicio-ironizo
Sirius
—Que vaya Harry
—Trae las cartas, Harry.
-No si era muy hermoso para que fuera verdad
—Que lo haga Dudley.
—Pégale con tu bastón, Dudley.
-¿Que se cree ese infeliz que está haciendo?
-¡Ya cierra la boca Sirius!- le grito Molly cansada
de sus interrupciones.
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres
cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba
de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una
factura, y una carta para Harry.
Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una
gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a
él. ¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes.
-Nadie- se sorprendió Lily que se volteo a ver a sus
amigos- y se puede saber en dónde diablos están ustedes.
-No lo sabemos Lily, recuerda que nada de eso ha
ocurrido aun- se defendió Remus.
-Pues ojala sea por algo importante- termino la
mujer.
Pero en la mente Alice Longbottom aparecía la misma
pregunta que esos dos jóvenes se hacían, en donde diablos estaban y porque habían
dejado desamparado al hijo de James y Lily Potter.
Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido
notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una
carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
-¡Sí! esa su carta del colegio- festejo James.
-Era obvio, ya va a cumplir los once años, era el
momento que le llegara su carta.
-Mi amigo lunático tan analítico como siempre- se
burló el azabache.
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la
dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.
Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un
sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y
una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
Todos, sin excepción, sonrieron al recordar la
primera vez que recibieron su carta para Hogwarts, tanto la emoción para los
hijos de los magos, como la inmensa sorpresa de los nacidos de padres muggles.
—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás
haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.
Los merodeadores y los gemelos Prewett giraron los
ojos en señal de exasperación, ese individuo no tenía ni la más mínima pisca de
imaginación o sentido del humor.
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío
Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre
amarillo.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó
una mirada a la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer comió algo en
mal estado.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido algo!
-¿Qué se cree que esa haciendo?- fue el grito
colectivo.
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el
mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío Vernon,
abriendo la carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo
al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí.
En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.
-Sí, tengan miedo, tengan mucho miedo.
-¡Sirius contrólate!- le grito Lily- pareces un desquiciado.
-Perdóname pelirroja, pero aquí el único lunático es
este- señalo a Lupin.
-Ya contrólate o dejaras de ser el padrino de Harry.
-No, ya me callo- dijo de inmediato. Si algo sabía
hacer esa joven, era como forzar a esos locos a hacer lo que ella quisiera.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la
mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y
leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se
apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
-En verdad le tienen miedo a esa carta- comento con
ironía Fabián.
-Parece que sí, y mira que hay cosas peores- comento
su Gideon.
-Sabes hermano eso me da una idea- volteo la vista a
los merodeadores que los escuchaban- que les parece si les enviamos un
vociferador- les propuso.
-¡Genial!- respondieron al unísono y de inmediato lo
anotaron en el pergamino de la broma.
-Y luego otro que tenga algo viscoso dentro- propuso
Sirius.
-Sí y luego otro con…-continuo el azabache pero fue
interrumpido
-Ya cierren a boca- los reprendió Lily- después
planean la broma ahora hay que seguir leyendo.
-Pero cielo es para darle su merecido a tu hermana y
a su esposo.
-Cornamenta aun no comprendes a tu novia- comento
Remus- ella no nos prohibió que les hiciéramos las broma, solo quiere que
dejemos la planeación para más tarde.
-Ha eso cambia todo- le paso el brazo por los
hombros a la chica que estaba sonriendo y deposito un dulce beso en su mejilla.
Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía
estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a
su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.
-No sería mala idea que lo repitiera- analizo Ted.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el
sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
-Eso me recuerda a ti amor- comento Lily besándolo
en la mejilla.
-Solo a mí, acaso ya olvidaste los gritos que me
propinabas cuando te negabas a salir conmigo- se defendió al azabache.
-El carácter pelirrojo dentro de un Potter, que
combinación tan mas explosiva
-¡¡Sirius!!- reclamaron al mismo tiempo
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el
cogote, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley
iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de
la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja,
se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el
suelo.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo
es posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío
Vernon, agitado.
-Claro. Como si tuviéramos tanto tiempo para
desperdiciar- comento McGonagall y todos asintieron
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no
queremos...
-¡¡Ni siquiera se atrevan!!- gritaron los
merodeadores molestos.
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y
viniendo por la cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una
respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos
cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?
-Dudo que se tan fácil librase de todo- comentó
Hagrid- no le dejaran de enviar cartas hasta recibir una respuesta.
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no
había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon
pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono
cortante—. La quemé.
-¡¿Qué hizo que?!- gritaron nuevamente los
merodeadores- ¡no pueden dejar a mi hijo/sobrino/ahijado sin su carta!-
alegaron al unísono.
-No creo que deban preocuparse, dudo que sea la
única carta que le enviemos- los relajo Albus.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo.
Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que
parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo
estuvimos pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría
bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley
-¡¡Tenían otro dormitorio y a él lo dejaban en la alacena!!-
fue el grito tanto de Lily, Andrómeda, Molly y McGonagall- ¡¡ ¿por qué diablos pensó
que sería bueno que se quedara ahí?!! hubiera estado mejor que creciera en un
maldito orfanato- continuo Lily desesperada viendo a su director.
Dumbledore escucho sus palabras y no puedo evitar
recordar a Riddle, él quería responderle algo al respecto, pero no era el
momento para hablar.
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y
tía Petunia, otro para las visitas, en el tercero dormía Dudley y en el último
guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél.
-Y miren para que usaban el lugar- se exaspero Lily
Entonces Frank describió lo que había dentro de la
habitación y después continuo con la siguiente oración
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado
cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería
volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy
callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado
a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le
había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero,
y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación.
-Hasta que le dicen que “no” a esa bola de grasa-
exclamo la metamorfomaga
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por
ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su
bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet
Drive, 4...
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió
hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo
para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del
cuello.
-¡Vamos ahijado tu puedes!- hablo Sirius
-¡Dale fuerte pequeño Potter!- lo apoyaron los
hermanos de Molly
Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron
golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su
mano, jadeando para recuperar la respiración.
—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin
dejar de jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se
había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su
primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima
vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.
-Si son como los de cornamenta, de seguro terminara
en un desastre- comentó Remus con simpleza.
-Hey, que yo he tenido muy buenas ideas- se defendio
-Sí, pero acepta que no se te dan hacer planes- le
dijo su casi hermano.
-Para eso me tenían a mí en el grupo, mis planes
casi nuca fallaban- le recordó Remus con suficiencia.
El hombre simplemente se cruzó de brazos molesto
mientras los demás reían por su actitud infantil.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente.
Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley.
Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las
cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le
latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG!
Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que
estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!
-¡Hay que horror!- exclamo una joven que cambio su cabello
a un color gris.
-Tranquila Dora no pasa nada- la relajo Remus
hablándole otra vez con ese diminutivo, era la segunda vez que lo usaba pero la
primera en que la joven lo notaba.
Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que
aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en
la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no
hiciera exactamente lo que intentaba hacer.
-Sí, eso sin lugar a duda lo saco de ti mi cielo-
muchos rieron ante el comentario de Evans.
Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una
taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la
cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry
pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.
—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en
pedacitos ante sus ojos.
-Pero que desgraciado-se impresionaron
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el
buzón.
—¿Te das cuenta? —explicó a Petunia, con la boca llena de clavos—. Si
no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos
no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el
pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.
-Gracias a Merlín que no somos como ustedes- todos
asintieron ante esa palabras.
Frank narro como los días siguientes más y más
cartas fueron llegando a la casa sin que pudieran impedirlo, pero aun así
Vernon parecía no entender que nada de lo que hiciera para evitar que llegaran
funcionaria.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo?
—preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del
desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía
mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
-En el correo muggle sí, pero dudo que el correo
mágico funcione igual- comento Fabián.
-Ya quiero ver como llegaran ahora, porque las 24
cartas en los huevos fue fascinante.- lo apoyo su gemelo Gideon.
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y
le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta
cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry
saltó en el aire, tratando de atrapar una.
-¡¡Cartas voladoras exprés!!- expresaron los
gemelos- ¡¡genial!!
-Es tu oportunidad mini-cornamenta, toma una y date
a la fuga- dijo con emoción Sirius.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor.
Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las
manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas,
que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero
arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro
de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin
discutir!
-Y este sigue sin entender- comento desesperado
Frank-
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie
se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a
través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente
hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le
había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el
vídeo y el ordenador en la bolsa.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía
a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y
conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez
que lo hacía.
-Las cartas seguirán llegando- hablo Lupin- es imposible perder el rastro de un
menor de edad de esa forma.
-En especial de alguien que ha demostrado tener
semejante poder- lo apoyo Alastor- me pregunto cuál será su elección de
carrera- se dijo con verdadero interés.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en
las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con
camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció
despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los
coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y
tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se
acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien
de éstas en el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La
mujer los miró asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y
siguiéndola.
-Ese infeliz, cuanto más seguirán con esto.
-No mucho supongo, tarde o temprano alguno de
nosotros le ira a entregar su carta en persona- aseguro Dumbledore.
Eso parecía tener sentido, en especial de parte de
los hijos de muggles que recibieron la visita de un mago cuando cumplieron los
once años, Lily aún recuerda que esa fue la primera vez que vio el rostro serio
de la que sería su profesora preferida, Minerva McGonagall.
— ¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petunia
tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo
que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió,
miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha.
Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en
la parte más alta de un aparcamiento de coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía Petunia
aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y
había desaparecido.
-Por lo menos de eso si se dio cuenta.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley
gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche.
Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y
habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por
los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el
cumpleaños número once de Harry. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido
exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron
una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon.
Hay mi pobre niñito- se lamentó Lily.
-Descuida amor, te prometo que cuando cambiemos todo
tendrá la mejor fiesta de cumpleaños- le aseguro- todos sus cumpleaños se los
festejaros en la vieja mansión Potter, con pasteles de todo tipo, adornos
-Sí, además le daremos muchos regalos y juguetes
para él y sus muchos amigos- lo apoyo Sirius- será mejores que los cumpleaños
que hace mamá Dorea.
-Y yo te ayudare a estos dos no se excedan demasiado
y echen a perder a tu hijo.
-Hey- protestaron ambos pero la pelirroja sonrió con
alegría, a pesar de sus defectos, ellos eran tres de las más maravillosas
personas que pudo haber conocido.
Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no
contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que
parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable
choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había
televisión.
-Hay que lastima- se burlaron Tonks los gemelos y
los merodeadores al mismo tiempo
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío
Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se
balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a
bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la
lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después
de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo
hasta la desvencijada casa. El interior era horrible: había un fuerte olor a
algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la
chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
-Qué lugar tan más deplorable- comentó Molly- como
es capaz de tener a un par de niños en esas condiciones.
-Tranquila cielo, eso solo será temporal- trato de
calmarla Arthur.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de
patatas fritas para cada uno.
-Eso no es comida- exclamo Sirius- ni siquiera
podrían alimentar a un raton con eso.
-Lo dice el que come el doble que una persona
normal- ataco Remus.
-Eso no es cierto.
-Si lo es- agregaron James, Lily y Andrómeda
Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió
humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a
atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado,
Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
-Eso no detendrá a un mago- comento Flitwick seguro
de sí.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma
de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento
golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas
mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y
tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que
contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.
-Nuevamente, nuevamente tratándolo como si no valiera,
maldita la hora en que callo con mi endemoniada hermana- la indignación y las
lágrimas de dolor, rabia e impotencia de la mujer eran más que evidentes.
-Ya relájate querida- la trato de animar Molly- con
estos libros podrán cambiar todo, y si no bueno…- sentía pena por lo que estaba
diciendo y mucho más por lo que iba a decir, esperaba que no lo tomaran a mal-
si algo les llegase a ocurrir algo, nosotros veremos la forma que quedarnos con
el- se ofreció la matriarca de los Weasley, no conocía al joven pero no le
parecía nada justo que tuviera que pasar por todo eso- no sería mucho lo que le
podríamos dar pero…
-Le darían amor, que es lo que más le falta en ese
momento- comentó Lily con lágrimas en los ojos. No quería que nada le ocurriese
a ella o a su novio, pero si no lo podían evitar, se sentía mejor al saber que
alguien como ella cuidaría a su pequeño, no tenía dudas que ellos lo podrían
criar como era debido.
-Además si de dinero se trata yo tengo de mas-
comento James igual de agradecido que la pelirroja- de ahí podrían tomar para
Harry y para ustedes.
-No, no se tratara de eso, nosotros no seriamos capaces
de…- ahora fue Arthur quien hablaba.
-No estoy insinuando eso- le aseguró el azabache muy
seguro de si- ese dinero es lo mínimo que podríamos hacer, créanme, no hay suficiente
oro en Gringotts que se compare a lo que ustedes le darían a mi hijo- les dijo
con el corazón en las manos.
-Las cosas más valiosas en este mundo, no se miden
con oro y plata- comento Dumbledore a lo que muchos estuvieron de acuerdo.
Los Weasley se sentían honrados de que esas personas
que apenas conocían les tuvieran la confianza y los tuvieran en tan buena
estima como para encargarles lo más valioso que tenían.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía
dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el
estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por
los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley,
colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez
minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si
los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el
escritor de cartas.
-Probablemente detrás de un escritorio en un
castillo- comentó Fabián
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a
caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro
minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando
regresaran, que podría robar una.
-No sería mala idea, pero dudo que la morsa lo deja acercarse
siquiera- esta vez fue Gideon.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza
contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las
rocas se estaban desplomando en el mar?
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez...
nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo
-Ojala lo hiciera- comentaron los gemelos y los merodeadores
al mismo tiempo.
-Ya dejen leer- les gritaron Lily, Molly, Andrómeda
y las profesoras McGonagall.
... tres... dos... uno...
BUM.
-Frank podrías tener más seriedad-le dijo su esposa
un poco molesta.
-Pero si es lo que dice amor mira- le mostro el
libro para que lo confirmara.
-Ha, entonces continua- agrego un poco apenada.
Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a
la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.
-Fin del capítulo- declaro el señor Longbottom
-Bueno pues que esperamos, vamos al siguiente- los
apuro Sirius tratando de tomar el libro, pero antes de conseguirlo alguien se
lo arrebato.
-Yo leeré el siguiente capítulo, tú divagas mucho
cuando lees- dijo Andrómeda.
-Eso no es cierto prima-se defendió.
-Claro que sí, o ya olvidaste cuando te ofreciste a
leerle a Nymphadora para que durmiera- la aludida volteo lo ojos al escuchar su
nombre- no es normal que te tardes más de hora y media leyendo un libro para
una niña de cuatro años- todos rieron al enterarse de esa parte de su vida.
-Está bien, como quieras prima- acepto molesto por
las burlas de sus compañeros y amigos.
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